Poetisa, educadora, compositora, diplomática y luchadora feminista panameña del siglo XX, considerada como una de las figuras más relevantes de la cultura y la política istmeñas contemporáneas.
Nacida en el seno de una familia acomodada, recibió desde niña una esmerada formación académica que le permitió desarrollar muy pronto sus innatas cualidades intelectuales, casi siempre orientadas hacia el ámbito de las humanidades. Se aficionó, en efecto, a la lectura y la composición de poemas desde su infancia, y ya en plena juventud ingresó en la Escuela Normal de Institutoras sita en la ciudad de Panamá, donde obtuvo el grado de maestra de enseñanza primaria y, por su brillante expediente, fue la encargada de pronunciar el discurso en la fiesta de graduación de toda su promoción. Ya en aquella temprana fase de su vida mostró la joven Teresa López Fábrega esa sincera conciencia cívica que habría de gobernar sus actuaciones públicas a lo largo de toda su vida, pues concluyó la citada alocución con su firme promesa de trabajar en todo momento al servicio de su Patria.
También por aquellos años estudiantiles en la Escuela Normal se distinguió por su aptitud para el cultivo de la creación poética, sobre todo a raíz de que su poema titulado "Panamá la Vieja" se alzara con la palma en el certamen convocado por don Nicolás Victoria, un concurso literario destinado a probar la capacidad poética de las futuras maestras. A la conclusión de estos estudios de magisterio, la joven escritora se adentró en la vida profesional a través del sendero de la docencia, para impartir clases en los diferentes centros escolares de la ciudad de Panamá y de Colón, donde tuvo ocasión de recorrer todos los grados de la enseñanza elemental, desde el primero hasta el sexto curso. Esta movilidad obedecía a sus constantes inquietudes pedagógicas, que la impulsaron a conocer in situ todos los programas de enseñanza, con la intención de contribuir a su perfeccionamiento en un futuro próximo.
Al hilo de esta intensa preocupación por la política educativa de su país, Teresa López Fábrega mantuvo intacta esa curiosidad intelectual que había dirigido su aprendizaje desde su niñez, y que ahora impulsaba a la inquieta maestra hasta otras aulas en las que podía seguir asimilando nuevos conocimientos. Fue así como asistió a unos interesantes cursos sobre literatura panameña e hispanoamericana dictados por el doctor Octavio Méndez Pereira en la Universidad de Panamá, donde consolidó plenamente esa vocación literaria que también se le había manifestado desde su niñez. Se entregó, entonces, con tesón y entusiasmo a la composición de numerosos poemas, algunos de los cuales fueron galardonados con prestigiosos premios locales y difundidos a través de las páginas de los diarios y las revistas de su entorno, lo que le granjeó un merecido reconocimiento como escritora. Años después, su producción poética rebasó las fronteras istmeñas para aparecer en muestras antológicas y medios de comunicación del extranjero, difusión que, apoyada por los premios y homenajes internacionales rendidos a la autora, convirtió a Teresa López Fábrega en una de las poetisas panameñas más conocidas de su generación.
Su honda sensibilidad artística le permitió impartir también clases de canto en la Escuela Nicolás Pacheco, donde exhibió una especial aptitud para la composición musical. Alentada por estas prácticas de canto, se presentó a varios certámenes escolares en los que se pretendía elegir los himnos que habrían de representar a los centros convocantes de los respectivos concursos, y sus composiciones pasaron a ser entonadas por varias generaciones de diferentes colegios (como la Escuela Normal y la Escuela Secundaria Guardia Vega), circunstancia que contribuyó a extender su popularidad entre los jóvenes estudiantes panameños.
Ante el relieve que estaba cobrando su figura en el panorama cultural de la república centroamericana, la colaboración de Teresa López Fábrega fue requerida por doña Clara González de Beringher y doña Elida Campodónico de Crespo, ambas licenciadas en Derecho y Educación, y destacadas en la vida pública de Panamá por una intensa actividad política que, siempre al servicio de la causa feminista, les había llevado a fundar, entre otras asociaciones relevantes, la Unión Nacional de Mujeres, el colectivo que se había significado por haber luchado con mayor encono en pro de la igualdad de derechos políticos para ambos sexos. Cautivada por el ejemplo de estas dos valiosas luchadoras, la joven humanista abrazó la causa feminista y comenzó a integrarse en la política de Panamá, donde pronto se convirtió, desde su militancia en las filas del partido Renovador, en una de las grandes defensoras de los derechos de la mujer. Pero, en su asombrosa capacidad de actuación, no descuidó por ello sus labores docentes y administrativas dentro del ámbito de la educación; y así, compaginando su reciente entrega a la lucha feminista con su ya dilatada actividad profesional, ocupó el puesto de secretaria del Conservatorio y fundó, en colaboración con el profesor Delgadillo, una de las publicaciones culturales más importantes de la época (y, sin duda, la más relevante entre las especializadas en el campo de la música): la revista Armonía. Siempre atenta a su espíritu formativo, descubrió durante su estancia en el Conservatorio los valores artísticos de un pequeño alumno que, ya destacado como un virtuoso pianista, estaba llamado a convertirse en una de las grandes figuras de la música panameña: Jaime Ingram. Su condición de humanista polifacética la aupó también al cargo de secretaria del departamento de Bellas Artes, donde emprendió una tenaz campaña de recaudación entre las clases populares para erigir el bello monumento al poeta Ricardo Miró, ubicado en el actual Parque Miró (antes conocido como Parque Urracá).
Cada vez más consolidada -como era su propósito desde su juventud- en la vida política y cultural de su nación, en 1945 -por vía del decreto firmado por el presidente de la República, don Enrique Jiménez, y el ministro de Asuntos Exteriores, don Ricardo J. Alfaro- Teresa López Fábrega se convirtió en la primera mujer panameña designada por el gobierno para ejercer un cargo diplomático. Fue, en efecto, nombrada primer secretario de la Embajada de Panamá en Chile, lo que le permitió -siguiendo siempre adelante con todos los frentes culturales que había abierto en su país natal- entrar en contacto con el mundo de las Letras chilenas (donde pronto se rodeó de los escritores y periodistas de mayor relieve) y con la Federación Nacional del Instituciones Femeninas. Su grado de integración en estos amplios círculos del país andino fue pronto tan acusado, que los literatos chilenos la incorporaron como miembro activo a la Sociedad de Escritores y al PEN Club de Chile, mientras que las mujeres de dicho país reclamaron su apoyo y su experiencia a la hora de reclamar el derecho al voto político (fue singularmente elogiado el trabajo de Teresa López Fábrega al lado de dos de las más destacadas líderes del movimiento feminista chileno: Amanda Labarca y Anita Figueroa).
A pesar de esta sincera implicación en la actualidad sociopolítica del país en el que ejercía sus misiones diplomáticas, la animosa humanista no desatendió las labores que, como enviada de su gobierno, debía realizar en Chile al servicio de sus compatriotas allí destacados. En esta línea de trabajo, mostró especial atención hacia los estudiantes panameños que cursaban sus carreras superiores en el país andino, y les prestó una valiosa colaboración que, en muchas ocasiones, rebasó la frialdad del mero trámite administrativo para convertirse en un auténtico estímulo personal que decía mucho de la calidad humana de Teresa López. Tanto más apreciada era esta ayuda brindada a esos jóvenes anónimos en la medida en que se consideraba que la poetisa panameña alternaba a diario con las figuras más relevantes de la política y la intelectualidad chilenas, lo que supone tanto como decir de todo el ámbito geocultural hispanoamericano, ya que, a la sazón, se encontraban en Chile algunos autores de la talla del guatemalteco Miguel Ángel Asturias -honrado poco después con el Premio Nobel de Literatura-, los colombianos Eduardo Carranzay Carlos Lozano, los ecuatorianos Benjamín Carrión y Demetrio Aguilera Malta, el peruano Luis Alberto Sánchezy, entre otros muchos, el español Rafael Alberti, al que Teresa López Fábrega conoció en casa de una amigo común, el gran poeta chileno Pablo Neruda. Con todos estos autores (y con otros escritores españoles exiliados en el Cono Sur) trabó amistad la poetisa panameña, quien halló en Chile parte de ese reconocimiento internacional que la situó entre las voces más difundidas de las Letras centroamericanas de mediados del siglo XX.
Pero su necesidad de seguir ampliando conocimientos estaba muy por encima de las vanidades mundanas de quienes ya se creen consagrados dentro de sus esferas de actuación. Y así, a pesar de estar considerada como una de las figuras más destacadas de la intelectualidad chilena de la época, en 1946 Teresa López Fábrega no tuvo reparos a la hora de ingresar en la Escuela de Verano de la Universidad de Chile como una alumna más, para realizar diferentes cursos relacionados con las Letras hispánicas, como los titulados "Composición Castellana", "El Romanticismo en Hispanoamérica", "La novela Chilena" y "Literatura chilena". Merced a los contenidos asimilados en todos estos cursos (en los que obtuvo siempre las calificaciones más altas), la poetisa panameña se convirtió en una especialista en el estudio y la investigación de las Letras hispánicas, con especial dedicación al corpus literario del país en el que residía, al que brindó valiosos ensayos sobre su producción novelística que aparecieron publicados en la revista Épocas. Matriculada, simultáneamente, en la Universidad Interamericana de New York -dirigida en Chile por el célebre periodista Tancredo Pinochet-, obtuvo en 1948 los títulos de diplomada en Periodismo y Redacción Castellana.
Ya hacía, por aquel entonces, un par de años que Teresa López estaba al mando de la Embajada de Panamá en Chile en calidad de encargada de negocios, circunstancia que fue en su día muy destacada por la prensa chilena, que subrayó los logros alcanzados por la lucha feminista de la poetisa panameña al convertirse en la primera mujer hispanoamericana que estaba al frente de una misión diplomática. Pero en 1948 fue llamada por el gobierno panameño para que regresara a su país natal, donde se le pondría al tanto de sus nuevos cometidos diplomáticos.
Al tener noticia de este requerimiento por parte de las autoridades panameñas, los sectores más significativos de la vida política y cultural andina -con el propio gobierno chileno a la cabeza- se dirigieron a los máximos dignatarios de Panamá para solicitar la permanencia de Teresa López Fábrega en un país donde ya era considerada como hija adoptiva. Esta demanda al gobierno panameño fue subscrita por todos los que se habían beneficiado de la amistad y el trabajo de la diplomática durante su estancia en Chille, como los escritores y periodistas, los colectivos de estudiantes (tanto chilenos como panameños) y las asociaciones de mujeres del país andino (la Federación Chilena de Instituciones Femeninas publicó un libro titulado Misión en Chile, en el que recogía numerosos documentos y testimonios en "reconocimiento de la brillante labor de una mujer panameña").
Estas muestras de simpatía y agradecimiento eran coherentes con la actividad intelectual que había desplegado en Chile Teresa López Fábrega, así como con las muestras de calidad humana que había dejado en todos los sectores de la sociedad chilena. Sus artículos, difundidos primero a través de los rotativos y revistas más importantes del país, salieron luego desde Chile para ver la luz en los principales medios impresos de Argentina, Ecuador y Colombia, y sus brillantes conferencias (pronunciadas, la mayor parte de ellas, en la Universidad de Chile) dejaron testimonio de su amor a la cultura, la geografía y las gentes de los dos países en los que hasta entonces había vivido. Además de la importante labor de elucidación y clarificación de las Letras chilenas, también se había distinguido durante su misión diplomática como una de las grandes valedoras de la literatura panameña, cuyo conocimiento extendió por todo el cono sur hasta merecer el apelativo de "Teresa de Panamá".
Hubo de regresar, con todo, a su país natal, donde el nuevo presidente de la República, Daniel Chanis, la nombró secretaria de la Embajada en Ecuador, puesto del que pronto ascendió -como había ocurrido en la legación diplomática panameña en Chile- hasta el de encargada de negocios de Panamá. Asentada, ahora, en una nueva nación hispanoamericana, supo adaptarse a la cultura y a las formas de vida ecuatorianas tan bien como se había adaptado anteriormente a las chilenas, y volvió a dirigir todos sus afanes intelectuales y creativos a poner de relieve los vínculos culturales que unían a la nación istmeña con el país al que había sido destinada para el desempeño de sus labores diplomáticas. Reparó así en la figura injustamente relegada al olvido -por mor de mezquinas polémicas muy frecuentes en el mundo del arte- del pintor y poeta panameño Hernando de la Cruz, quien, afincado en la ciudad de Quito en el siglo XVII, había sido uno de los fundadores de la célebre Escuela Quiteña de Pintura. Autor de los que fueron calificados por el historiador Morán de Burtrón como "los mejores cuadros del incomparable Templo de la Compañía", el jesuita Hernando de la Cruz (nacido en la ciudad de Panamá en 1592) careció de una biografía digna hasta la llegada de Teresa López Fábrega a Quito, donde, tras una concienzuda investigación histórico-artística en la que volvió a dejar patente su condición de humanista polifacética, la escritora panameña dio a la imprenta una espléndida semblanza biográfica del poeta y pintor, editada por sus hermanos de orden religiosa -los jesuitas quiteños- con una tirada inicial de tres mil ejemplares (ciertamente llamativa en una obra de esta naturaleza).
Llamada de nuevo a su tierra natal durante el mandato presidencial de Ernesto de la Guardia, Teresa López Fábrega continuó desplegando su infatigable labor política, primero en calidad de secretaria de educación de la alcaldía de la ciudad de Panamá, y posteriormente como directora de bibliotecas municipales, cargo en el que tuvo ocasión de significarse otra vez como una de las personalidades más relevantes de la política cultural istmeña, merced a algunas iniciativas tan plausibles como la fundación de ocho bibliotecas municipales. Pero su mayor éxito al frente de esta institución fue la creación (apoyada por algunos colectivos de tanto peso específico en la vida cultural del país como el Club 20-30, el Teatro en Círculo, el Comité de Ayuda Social y la Asociación de Damas Españolas-Panameñas) de las bautizadas como "Casas de Estudio del Pueblo". Durante el mandato del Presidente Roberto Chiari, aprovechando que el nuevo gobierno seguía confiando en ella como máxima responsable de la dirección de bibliotecas municipales, Teresa López Fábrega puso en marcha otra eficaz iniciativa suya que, al cabo de cuarenta años, sigue vigente en Panamá merced a la colaboración del ya citado Club 20-30: la recogida por las calles de libros y revistas (que, en los ocho primeros años de aplicación del proyecto, sumaban ya un total de sesenta mil ejemplares).
Entre las obras que dio a la imprenta Teresa López Fábrega, conviene citar algunos escritos de investigación literaria como Dos poetas de América, Ensayos y El sitial de un maestro de la Academia de la Lengua, así como otros ensayos centrados en la vida y la obra de escritores chilenos de la talla de Pablo Neruda y Gabriela Mistral. Publicó también varias narraciones breves recopiladas bajo el título de El gallo Vicente, y decenas de artículos sobre cuestiones políticas y culturales que vieron la luz en diarios y revistas de toda Hispanoamérica. Algunos de sus mejores poemas fueron incluidos en diferentes muestras antológicas de la poesía hispanoamericana, publicadas en Chile y en España.